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lunes, 4 de marzo de 2013

EDUCAR SIN AGRESIVIDAD


Un pellizco, una patada, un mordisco, una bofetada, escupir... los niños reaccionan con estas conductas agresivas en muchas ocasiones. A veces se les escapan estos gestos de forma accidental y otras de forma sistemática. En el entorno del niño, en el colegio, el parque, en reuniones familiares... existen muchas situaciones donde aparecen estos comportamientos: nuestro hijo pega cuando un amiguito le quita un juguete; o pega a los padres cuando no responden a sus deseos o le privan de algo que quiere; o le pega a él un compañero de clase porque quiere sus pinturas y no se las deja... Saber reaccionar ante ello es responsabilidad de los padres para erradicar y frenar este tipo de comportamientos. Dos expertos, Jorge Casesmeiro, director de Psicopaidos y asesor del Colegio de Pedagogos de Madrid, y Josep Miquel Menal, psicopedagogo y director de Isep Clínic Lérida, ofrecen sus opiniones para poder controlar estas situaciones y que no vayan a más.



Los más pequeños

«Con dos, tres o cuatro años el niño pega como un recurso que ha aprendido de forma involuntaria de los amigos o de los propios padres», afirma Miquel Mena. El pequeño entiende que ese gesto agresivo le reporta unos beneficios, es decir cree que pegando va a conseguir lo que quiere. «Si quiere el juguete de otro niño y comprueba que pegándole lo consigue, lo seguirá haciendo; si quiere captar la atención de los padres y constata que si les pega la tiene, aunque sea en forma de reprimenda, lo seguirá haciendo; si los padres le animan a responder pegando cuando otros le pegan, lo seguirá haciendo», asegura el psicopedagogo.

Para frenar esta actitud Miquel Mena recomienda «suprimir las consecuencias positivas» que se derivan del acto de pegar. «Si quiere el juguete de otro niño y le pega, evitaremos que lo consiga, le podemos decir que espere su turno o que nos lo pida a los padres; si nos pega a los padres, desviaremos su atención o responderemos con caricias y mimos. Si comprueba que llamándonos o enseñándonos sus juguetes obtiene una mayor respuesta y más positiva que pegándonos, dejará de hacerlo; si otros niños le pegan, le diremos que es una conducta incorrecta e intentaremos razonar con ellos o alejarlos de la situación».
Las rabietas, escupir, dar patadas o un mordisco son conductas explosivas del niño que suelen desaparecer a partir de los cuatro años y medio. «A esa edad los pequeños ya prefieren pedir ayuda a un adulto para resolver sus conflictos antes que pelearse», afirma Jorge Casesmeiro. En cualquier caso, Casesmeiro aconseja que los padres deben gestionar la agresividad infantil «sin agresividad ni ansiedad, deben ser capaces de contextualizarla y de intentar comprender sus causas para reaccionar con inteligencia educativa». Si a partir de los cuatro años y medio, el niño sigue lanzando mordiscos y arañazos con frecuencia es conveniente consultar a un profesional.



Cuando van creciendo

En edades más avanzadas, pegar puede ser «una válvula de escape para canalizar la ira acumulada ante una frustración que el niño no sabe resolver», dice Miquel Mena. Entonces «la opción es actuar sobre las consecuencias erradicándolas de forma positiva» o desviando su atención.
En la adolescencia también se pueden dar conductas agresivas cuando los chicos perciben situaciones que creen que van a ser permanentes y sienten que no disponen de recursos para cambiarlas. Por ejemplo, cuando piensan. «nunca seré capaz de aprobar», «nunca acabaré de estudiar», «nunca encontraré trabajo»... En este caso, hay que identificar el origen de esa frustración y dotarle de recursos para afrontarlo.
M.J. Pérez Barco

Ocho claves para educar sin agresividad

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